Ser hermanos

La llegada del segundo hijo instaura el vínculo fraterno en la vida familiar. La fratria tiene una identidad propia en la dinámica de la familia; es un tipo de relación diferente a la paterno filial o a la de pareja. ¿En qué se caracteriza este vínculo especial? ¿Qué implica tener un hermano?

Al hacer referencia a un querido amigo decimos: “Es como un hermano”. ¿Qué vivencias de la relación con nuestros hermanos utilizamos para construir esta analogía?

Cada relación entre dos o más hermanos es influenciada tanto por los aconteceres de la vida familiar como por las actitudes que los padres tengan para con el sistema de hermanos. Pensar en la relación entre los hermanos implica también pensar en las funciones parentales. Los padres con sus actitudes, palabras y decisiones pueden favorecer u obstaculizar este vínculo fraterno.

Cuando nace un hermano, comienza el largo aprendizaje de compartir la vida con un par, con un otro. La alteridad ha llegado para quedarse, mostrándonos una vida de relaciones con otros diferentes a nosotros y, al mismo tiempo, semejantes. Se abre así la profunda dimensión relacional de la vida más allá de los padres. Un hermano es alguien con quien se comparte la misma generación, con sus usos, costumbres, formas de pensar y sentir el mundo y con quien también se mantienen significativas diferencias en el estilo de personalidad. Comienza una relación que mantendrá una continuidad a lo largo del tiempo y también sufrirá transformaciones.

La relación fraterna implica una fuerte ambivalencia, una tensión que incluye, por un lado, fuertes sentimientos de lealtad y amor, y por otro, una cuota de rivalidad y competencia. Una relación sana entre hermanos supone ambas. Una fraternidad que acerca, une y genera compañerismo, y una competencia no violenta, que surge como un necesario intento de mantener las diferencias individuales y como una búsqueda de una mirada de aceptación por parte de los padres.

Tanto los hermanos cosanguíneos como los adoptivos o los que se constituyen como resultado de la creación de una familia ensamblada, van construyendo y haciendo sólido el vínculo gracias a diferentes factores: una historia en común, un espacio compartido y un afecto especial que se va profundizando con el devenir de la historia familiar. Al instalarse el sentimiento de lealtad se percibe entre muchos hermanos un fuerte nivel de compromiso, de protección y cuidado ante momentos de adversidad. Un profundo sentimiento de unidad y pertenencia.

A partir de la infancia y en la adolescencia se entretejen experiencias compartidas que van construyendo este vínculo profundo, intenso y complejo. En la infancia los juegos en común fraternizan y, yendo más particularmente a la adolescencia (etapa de fuertes cuestionamientos a los padres y a las figuras de autoridad), el vínculo fraterno está preservado de esa rebeldía. Al no vivirse a los hermanos como figuras de autoridad, se puede mantener entre ellos mayor cercanía. Cuando la diferencia de edad es estrecha comparten por ejemplo el mismo grupo de amigos y surgen conversaciones a puertas cerradas que muestran una intimidad fraterna. Cuando la diferencia de edad es mayor, un hermano adolescente se encuentra con la posibilidad de cuidar a sus hermanos menores descubriendo en él aspectos protectores que desconocía. Durante la adolescencia también se van notando las mayores afinidades entre algunos hermanos y podemos ir evaluando el tipo de comunicación que se va estableciendo entre nuestros hijos. Cada hijo irá eligiendo con cuáles de sus hermanos conversar y con cuáles mantener acuerdos tácitos de convivencia.
La adolescencia y, previamente, la infancia son las etapas en las que los padres pueden mostrar y enseñar la riqueza de la conversación como herramienta para lograr acercamientos y para resolver conflictos. Como en toda relación, el diálogo profundiza el vínculo; cuando surge la posibilidad de la palabra se expanden las posibilidades relacionales y los hermanos se van descubriendo mutuamente en su singularidad.

La rivalidad se presenta en forma de peleas cotidianas que muchas veces preocupan a los padres. ¿Intervenimos o los dejamos solos?, se preguntan ante estas situaciones. En una pelea cada hermano defenderá su postura para fortalecerse y para diferenciarse del otro. Las situaciones de rivalidad son oportunidades que podremos aprovechar como experiencias de aprendizaje. Podemos mostrar lo valioso del diálogo para expresar la postura personal y como vía para llegar a algunos acuerdos. Es importante que el sistema fraterno intente solucionar el conflicto por sus propios medios, y que los padres sólo muestren vías posibles de solución. Solo cuando surja la violencia, el sentido común nos indicará intervenir muy activamente para poner límites al acto violento, que, a diferencia de la sana rivalidad, busca anular y descalificar al otro. La rivalidad fraterna cotidiana se da frente a la mirada de los padres y muchas veces son los hijos los que los buscan como jueces para que den un veredicto.

Se compite así sanamente entre los hermanos por el amor o la aprobación de los padres. Es por esto por lo que cuando se tiende a responsabilizar o culpabilizar siempre al mismo hijo por el conflicto, se generará en él una vivencia de injusticia y de celos que puede perpetuar la rivalidad; ese hijo probablemente apostará más fuerte en la competencia para intentar conseguir la aprobación buscada. En las familias en las que los hermanos sienten que uno de los hijos está claramente puesto en el lugar del ideal, del hijo deseado y “perfecto”, se recrudecen los conflictos por competencia entre los hermanos. Atacarán o tomarán exagerada distancia del hijo ejemplar para defender la propia singularidad. Al notar esta situación los padres podrán intervenir acercándose al hijo que se siente disminuido para valorizarlo explícitamente en su forma de ser.

Cuando los padres valoran y reconocen las diferencias, cuando los hijos se sienten reconocidos como personas individuales, y los roles están claramente diferenciados, nadie compite en extremo por ocupar ningún lugar. Los hijos se sienten valorados como únicos e irrepetibles, como personas con identidad propia que en nada tienen que emular a otro para ser aceptado. Cuando los hijos se sienten descubiertos por sus padres en su subjetividad, probablemente mantendrán entre sí la competencia en niveles esperables. Así en la familia se respeta la identidad personal de cada hijo, dándole a cada uno un espacio propio y, al mismo tiempo, se favorece el espacio entre los hermanos como un grupo con identidad. Darle a cada hijo su lugar es hacerlos sentir parte, y la pertenencia es una de las grandes fuerzas necesarias para que una familia se mantenga a lo largo del tiempo y para que en ella fluya el amor entre sus miembros, sentirse parte de una familia es una de las experiencias más profundas de amor que un ser humano desea.

Enrique Arranz Freijo, (psicólogo español, investigador de las relaciones fraternas), sostiene que este “status fraterno diferenciador” fortalece la autoestima y una sana autonomía (1989). Ayuda entonces al fortalecimiento de la fratria y a cada hijo en particular que los padres respeten a los hermanos como un sistema con identidad, o sea que ambos padres puedan tolerar y favorecer que entre los hermanos circulen sentimientos, deseos, ideas y acciones que les pertenezcan. Los padres deberíamos tolerar y respetar esa fuerte intimidad fraterna. Sembrar el terreno fértil para que crezca la posibilidad del intercambio emocional. Todas estas experiencias infantiles y adolescentes de la fratria sirven de sustento para que el vínculo tome diferentes formas en la adultez.

La historia familiar muestra los diferentes niveles de profundidad de la relación fraterna cuando los hijos se independizan de la casa de los padres. Gracias a la historia en común y a padres que favorezcan los vínculos, el afecto entre los hermanos se profundiza en el tiempo. Es así como los hermanos podrán convertirse en buenos compañeros de ruta. Serán, entonces, una fuerte red de sostén tanto para enfrentar las complejidades de la vida cotidiana como para disfrutar de los acontecimientos felices que el futuro les entregue.

Porque formamos parte de lo mismo, de nuestra familia, por esa lealtad que compartimos, es que nos ayudaremos entre los hermanos a sostener nuestra existencia, dejando como fondo esa rivalidad sentida tantas veces a lo largo de la historia.

Hermanos en la competencia, hermanos en la pertenencia.