La vida cruje a los cincuenta
(o sobre las maneras cómo nos contamos la mitad del camino).
“Todos los altibajos de la marea, todos los
sarampiones que ya pasé, yo llevo tu sonrisa como
bandera, y que sea lo que sea.” Jorge Drexler.
¿Cuánto falta?, preguntan los niños en las rutas. Una respuesta entre tantas otras podría ser… más o menos la mitad. Para algunos será mucho, para otros, poco. Y su vivencia para con el viaje dependerá de la interpretación que hagan entre el tiempo ya recorrido y aquel que está por venir. Su forma de pensar podrá irritarlos o calmarlos, hacer que disfruten del viaje o profundizar el aburrimiento.
Hagamos una analogía entre esta escena familiar y la experiencia del tiempo cuando rondamos los cincuenta años. La crisis de la mediana edad nos inquieta con toda su intensidad. El reloj nos enfrenta tanto con los años ya vividos como con un presente un tanto paradojal, y con un futuro con parajes por recorrer, ¿muchos o pocos…? Sin dudas inciertos.
Si nos detenemos a mirar por los espejos retrovisores veremos algunas huellas ya secas.
¿Qué significa el pasado para cada uno? Para algunos el pasado es un ancla pesada y para otros, un aprendizaje que da libertad. Del modo en el que vivamos nuestra historia se desprenderá nuestra capacidad de aceptación y disfrute de lo actual. Rechazar lo vivido endurece el alma, tanto, que nos encierra en dramas victimistas que nos impiden acercarnos a cualquier momento de felicidad que asome hoy, para mostrarnos una vida que decidió ser generosa.
Las personas somos los narradores de nuestra propia vida, y nos contamos un relato. Esta narrativa personal es el resultado del entramado entre los hechos que vivimos y la forma en los que los interpretemos.
Algunos tendemos a leer y escribir la vida como un drama, otros como comedias o sátiras y algunos preferimos que nuestro guión lo escriban los otros, porque nos hemos declarado en huelga para pensarnos. Las personas nos diferenciamos entre aquellos que vivimos sin pensar, y los que buscamos curiosamente entender y sentir lo que vivimos. Son dos estilos diferentes de existencia.
Siempre me llamaron la atención esos sabios que viven sus historias traumáticas con una profunda aceptación compasiva y que sonríen con resiliencia al relatar acontecimientos tan duros como guerras o exilios. Aquellas personas que transmiten a quien los escucha la conexión con una vida en la que, ante todo, confían. Es que podemos mirar el pasado con un tono de reproche victimista o con orgullo y respeto hacia los hechos y hacia aquellos que nos han acompañado. De victimistas y sabios está plagada la existencia.
Pero transitar la mitad de la vida es paradójico. Me referiré en estas líneas a estas paradojas.
Les propongo mirar primero, al muchas veces disociado cuerpo. Podemos sentirlo activo y vital, pero al mismo tiempo surgen esos nuevos dolores que delatan que también empieza a estar un poco añejo. Amigarse con nuestro cuerpo para cuidarlo se torna necesario en esta etapa, ya no se cuida prácticamente solo como lo sentíamos en la juventud. Nos encontramos con un cuerpo que pide ser bien tratado para no quedar subsumido en el stress. Mirar al cuerpo, no tanto como estandarte de la juventud ni de belleza eterna, sino para tratarlo bien. Sera uno de nuestros acompañantes hasta el final del camino. ¿Por qué no abrazarlo y darle lo que necesita?
En el ámbito familiar, los propios padres dejan de sostenernos y nos enfrentamos a sus enfermedades o deterioros, que nos topan con la muerte de quienes nos han dado la vida y nos han ayudado a sostenerla. También en esta etapa de acompañar a los propios padres, podemos elegir el tamiz con el que miraremos la experiencia. Para algunos de nosotros solo se trata de sufrir la exigencia de la situación y para otros es una dolorosa oportunidad, para seguir reparando ese vínculo y para devolver con amor algo de todos esos cuidados recibidos cuando los frágiles éramos los hijos. La vulnerabilidad mayor se vuelve ahora hacia ellos, siendo nosotros los aptos para brindar el apego, la contención y el sostén.
En el amor son años en los que la pareja también cruje. Podemos estar en un vínculo desde hace varios años, que pide ser transformado, la pareja se afianza si se logra, por un lado, aceptar lo que se ha construido desde lo que cada uno es y por otro buscar creativamente ampliar los márgenes para crear movimientos nuevos en la relación. Llegó para varias parejas la necesidad de innovar, de buscar pasos de bailes diferentes que traigan aires frescos. Si todos cambiamos con el paso del tiempo, ¿por qué no deberían cambiar los vínculos de amor? Algunas personas cambian de pareja, otros cambian su pareja, en todos los casos el amor nos confirma que necesita ser mirado y cuidado, como ese campo labrado que requiere atención para seguir dando vida.
También son momentos en los que los trabajos y ocupaciones suelen cambiar de significancia. Sentimos la experiencia lograda y también quizás, la rutina. A algunos el entusiasmo nos pide cambiar de escenario y elegir nuevos rumbos, para otros la estabilidad lograda nos ayuda a calmar ansiedades juveniles. A muchos nos sobran ejemplos de personas que aprovechan esta nueva etapa para conectarse con sus talentos más profundos e instalarse en la vida desde una zona de mayor disfrute y gozo laboral, del que lo han hecho hasta acá. Sentir más cerca el final, nos puede ayudar a arrojarnos a la realidad con mayor libertad y decidir disfrutar del regalo que significa despertar todas las mañanas.
Vientos de cambio que llegan con la mediana edad. Elijo, aunque percibo lo complejo que resulta hacerlo en la vida cotidiana, pensar la mitad del camino como una profunda
oportunidad para lograr mayor libertad. Pero para eso tendremos que pensar y sentir nuestros días, para darnos cuenta de lo que necesita ser transformado. Solo en la conexión con nuestra interioridad lograremos exprimir nuestra mismidad y autenticidad para vivir.
El presente puede ser para cada uno de nosotros, un camino hacia un horizonte placentero y de realización o arena movediza cubierta de mantos de duda o de vacío. Trampolines o pantanos, así podemos sentir nuestra realidad de adultos. En el trabajo de introspección podemos elegir el cuento que nos queremos contar. Somos directores de nuestra propia película.
Y delante nuestro aparecerá ese futuro que nos espera para que nos arrojemos a él. Ante nosotros, solo páginas en blanco. Tiempo de proyectos y de puertas por abrirse, o un reloj que indefectiblemente terminará encarcelándonos en un cuerpo que se irá aletargando.
Me acuerdo mientras escribo estas líneas, de unos libros infantiles que se llamaban Elige tu propia aventura. Creo que lo que me atrapaba de ellos era el poder que uno sentía cuando podía ir tomando decisiones en el recorrido de la historia. Y podíamos jugar el juego de terminar el libro de diferentes formas. Ya de chicos leíamos libertad. La incierta libertad. Lo que era seguro en esa experiencia, era que uno no podría controlar el futuro de ante mano, se nos mostraba por si solo al avanzar en el texto. Eran libros que nos pedían flexibilizar el mecanismo de control y tolerar la tentación de hacer trampa y no leer primero el final. Para algunos de nosotros era un desafío para su majestad el control, que poco sabe de realidad y que solo busca incansablemente la utopía de la omnipotencia.
Y así, atravesaremos los cincuenta, escribiéndonos y contándonos el cuento de nuestra propia vida. Nuevos renglones que condicionaran el futuro. Vivimos entre aconteceres y narraciones. Siempre con la posibilidad de respirar profundo y tomar decisiones.
Vidas vividas y vidas contadas. En lo que nos concierne, nuestro futuro estará en las manos de esas distintas posiciones que elegimos frente al misterio. El resto dependerá del gran destino que nos trasciende y que marcará sus direcciones.
¿Cómo elegís tu libreto? ¿Desde qué posición escribís tu guión?
Si llegaste hasta acá en la lectura, quizás estés en la mitad de tu vida. Tenés frente a vos una gran paradoja y una invalorable posibilidad.
Si pensamos por qué cruje la madera seguramente digamos que las condiciones del contexto, como la humedad o el paso del tiempo, la ensancha y hace que oscilen sus formas. Ese crujir muestra que algo se está transformando en ella. Cambios de formas que hacen ruido. Quisiera usar esa metáfora para terminar: algo está cambiando en las formas de nuestra vida, ensanchándose. Nuestra novela de la vida profundiza su trama, se hace más honda y espesa. La vida cruje a los cincuenta.
www.matiasmunoz.com.ar