Frágiles identidades en construcción
¿Puede resistir la identidad infantil o adolescente el maltrato, sea bajo la forma de la indiferencia o de la agresividad? ¿Cuál es el costo afectivo de ser parte de circuitos violentos para una frágil identidad en construcción?
Tanto para un niño como para un adolescente, sentirse excluido o denigrado puede generar fuertes alteraciones en la formación de la autoestima. Cuando esto sucede, surgen sentimientos de angustia, miedo, incomprensión, impotencia, enojo y, en ocasiones, la irrupción de impulsos agresivos que llevan a conductas de riesgo: lastimarse a sí mismo por impotencia o lastimar al otro como revancha o como búsqueda de una supuesta justicia.
La propia subjetividad la que está cuestionada en la adolescencia. ¿Quién soy? ¿Cuánto valgo? y ¿cómo soy mirado por el otro? son las preguntas de esta etapa. Nuestro hijo buscará fuertemente ser aceptado por el grupo de pares para sentirse valioso. El adolescente crece en el autoconocimiento y la mayor conciencia personal lo lleva a construir juicios sobre sí mismo. Y, desde esa autoconfianza, puja por la independencia.
Existen dos procesos básicos para la identidad tanto en la infancia como en la adolescencia: el logro de la fortaleza individual y de la autonomía. Pero la paradoja del crecimiento es que para ser autónomo se necesita del apego que implica tener experiencias relacionales de confianza segura y apoyo incondicional. El apego puede sentirse con los padres, pero además se buscará fuertemente con el grupo de amigos. Esa experiencia de aceptación da consistencia a la autoestima. Se afianza la identidad ante la valoración positiva de todos aquellos en los que se busca confiar.
Y como la autoestima es motor de las iniciativas, al sentirse valioso nuestro hijo o alumno percibirá que la existencia es una experiencia digna de ser explorada. La autoestima segura lleva a la vida, a tener experiencias que den vida. ¿En qué experiencias nuestro hijo se siente vivo? Porque al sentirse vital saldrá a buscar su realización personal por medio de un proyecto de vida.
Cuando tenemos la certeza de que un hijo o un alumno sufre maltrato escolar, denigración por parte de sus pares, es fundamental que como adultos intervengamos en la situación para revertirla rápidamente. El objetivo de la presencia de los adultos debe ser disminuir el sufrimiento del niño. Para esto es muy necesario, escuchar y contener las experiencias de sufrimiento o angustia, contenerlas sin juzgarlas ni responsabilizar al niño de lo que ocurre. Así lograremos establecer un vínculo de confianza para que esa experiencia emocional salga a la luz. Al ser contenida por un adulto, la angustia pierde intensidad. El dolor puede transformarse en confianza cuando el adulto respalda, acompaña y sostiene. Ser adultos que busquen la transformación de la violencia en una profunda valoración del otro.
En la violencia hay un fracaso del dialogo, las palabras han sido abandonadas para ir hacia la acción que daña. Por eso, lograr que los niños conversen entre sí, al igual que con los adultos reducirá el riesgo de que la violencia se perpetúe. Cuando esa conversación es emocional, incluyendo los sentimientos de enojo, impotencia, miedos, inseguridades, se transforman estas emociones en conductas de auto cuidado y de valoración de vida por sentirse al refugio de un adulto que sostiene.
Así mismo resulta clave el trabajo tanto con aquellos niños que han agredido y denigrado como los que han sido testigos de las escenas de violencia. La oportunidad para el adulto es la educación de las habilidades sociales, esto es, educar en la empatía (conexión emocional con el otro), en la compasión (aliviar el dolor el otro) y en el liderazgo afectivo (la toma de decisiones que promuevan el desarrollo personal). Las habilidades sociales se aprenden, y al incorporarse como rasgos de la identidad, previenen la perpetuación de conductas de riesgo en el futuro.
El diálogo nos acerca y nos encuentra, no hay crecimiento de un hijo sin palabras y escucha por parte de sus padres. No es posible que una identidad se constituya firmemente sin adultos que la miren, la valoren y respeten.
El crecimiento de nuestros hijos nos conduce a dos movimientos básicos en la crianza: la expresión de las emociones y el mostrarles una vida en la que es posible ser feliz.
Con una presencia que contiene, afirma y da sentido e intentando que se sientan queridos y aceptados, tanto por los adultos como por sus amigos, los ayudamos a que se arraiguen a la vida cada vez con más fuerza. A que echen raíces para afirmarse en lo que se merecen, tener una vida plena, alejada de la violencia y de la subestimación de los demás.